Me olvidé un vaso en la mesilla de las noches. Nació un
alga. Podrían haber sido corales si al menos hubiese cambiado el agua pero
incluso de eso me olvidé. Demasiada intensidad.
Viajo en autobús todos los días. Media hora a la ida y una
vuelta que siempre parece interminable. Es el prosaico eterno retorno. Avanza
el autobús entre campos que van cediendo su lugar al “paisaje” urbano y allí donde
siempre crecían arbustos ahora solo veo amapolas. Demasiada intensidad.
Era la noche más estúpida del año. Era la hora más
interminable de la noche. Devoraba uñas ante la tentación de fumar. Aunque
ahora solo parezcan heridas que nunca cicatrizarán, seguro que allí antes hubo
uñas.
La estúpida del año, la noche de ahora.
Cuerpos. Toda una vida. No hay fechas, lo indefinido nos ata
a la incertidumbre.
Hay demasiados interrogantes y muy poca paciencia.
En la noche más interminable se le dio por pensar. Qué mejor
momento para hacerlo, desde luego. A penas algún grillo, un casi imperceptible
haz de luz y ni frío ni calor. Se estiró completamente y eliminó el obstáculo
que mantenía sus pies atrapados. Esto ha sido fácil, sonrió para sí
misma. Y cuántas sonrisas se pierden sin que nadie pueda verlas.
Pensó que estaba harta de pensar.
Fue breve. A veces pasa.
En la noche más larga y estúpida, solo fue capaz de pensar
que estaba harta de pensar.
Se levantó y encendió un cigarro. Porque las uñas no están
reñidas con los cigarros y los pensamientos a veces no son tan largos como las
noches.
“Nuestros deseos son aquellos que se nos escapan en el acto
mismo de impulsarnos hacia delante, dejándonos como único indicador de quiénes
somos, las huellas de dónde hemos estado ya, o sea, de aquello que ya no somos.
La identidad es una noción retrospectiva”. Braidotti.
No me preguntéis dónde he estado, porque ni siquiera yo lo
recuerdo. En qué camas he dormido, en qué ciudades me he despertado, a quién he
amado.
Me está repitiendo este café que todavía no me he tomado y
me veo obligada a preguntarme si no será, acaso, el café anterior. Este pasado
que recordamos como nos viene en gana está constantemente transformando nuestro
presente más actual. Y es aquí, aquí y ahora, hoy en este instante, cuando a
veces nos olvidamos de actuar. Sí, todo viene siendo una actuación. Un
fingimiento. Una representación.
En esta ciudad en la que ahora me hallo no entienden los
tiempos simples. Me miran con sonrisas bondadosas cuando suelto un “¿viste?” en
lugar de un “¿has visto?”. ¿Y si todo fuese un presente continuo?
Al menos el verbo “escribir” siempre lo conjugo en ese
tiempo. Estoy escribiendo incluso cuando parece que no lo hago.
Soy ciclotímica porque el cambio climático ha tirado por la
borda cualquier posibilidad de orden. Se podría decir que me adapto a los
tiempos.
Hoy escucho a Pilar, a “Ay, Pilar, seguro que a la próxima
será”, y palabras que no fueron dichas para mí, retumban en mi cabeza. “Agora é
tempo de poesía”.
A poesía non é un luxo, benquerida Lorde. Eu tamén cruzo
linguas, benquerida Anzaldúa. Pero eu non sei de versos. Podería dicir:
A lembraza do teu sorriso golpea a miña apatía.
Y ese sería, al tiempo, verso y poesía.
Este es el único lugar al que sé que siempre acabaré
volviendo. La escritura. Las palabras. As linguas. Unha inmersión lingüística
para a nena que non era quen de durmir.
Merquen unha rifa para esa nena.
“La identidad del nómade es un mapa de los lugares en los
cuales […] ella ya ha estado; siempre puede reconstruirlos a posteriori, como
una especie de pasos de itinerante. […] La identidad del nómade es un
inventario de huellas”. Braidotti.
La identidad de quien vuelve hoy a exponerse es un
inventario de huellas. Huellas de besos y caricias, huellas de risas
atronadoras, de lágrimas-cuando-nadie-me-ve, de ideas que garabateo en hojas
que siempre pierdo, de pasos que avanzan en círculos, de flores rojas
exhibicionistas que nos recuerdan nuestra propia desnudez.