AMAZONAS
Al principio, si
alguna vez hubo un principio, todas las amantes se llamaban amazonas. Y vivían
juntas, amándose, celebrándose, jugando, en aquel tiempo en que el trabajo
todavía era un juego.
Monique Wittig
Sabia Loca, que está ahora por tierras riojanas, me miró
fijamente, como siempre hacía, para decirme ya
está, ya pasó. De vez en cuando la recuerdo, de vez en cuando me lo
recuerdo. Sigue funcionando. Una nana compuesta por un estribillo únicamente. Ya está, ya pasó.
Tengo conversaciones interminables mientras trabajo en la fábrica.
En silencio.
-¿No seré demasiado lesbiana?
-Nunca se es demasiado lesbiana.
Ante esta inmediata respuesta –pensada entre risas pícaras-
vuelvo a mi primera pregunta.
Donde antes había una Musa, existe ahora un ejército de
amazonas. Provocan sonrisas, intempestivas casi todas ellas y yo voy poniendo
excusas allí donde surgen. Busco sus miradas, nada más que eso. A veces, si
tengo suerte, también me hablan. Y en mis dedos aparece el escalofrío que
precede a las palabras. Garabateo prosas que también yo, Jasper Gwyn, podría titular, “Escenas de libros que nunca escribiré”.
Porque
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