La inmaterialidad de los
recuerdos me trae de cabeza. Y en mi cabeza los pensamientos son caprichosos al
escoger sus caminos.
Recuerdos y pensamientos se hacen
cuerpo en mis sueños. Ya una tiene que preguntarse qué fue primero. ¿El sueño,
el ánimo?
Me despierto sobresaltada, me
estiro completamente en mi afán por dejar atrás el territorio onírico que esta
noche era zona conflictiva. Los daños colaterales me acompañan mientras
escribo. Pero sé que si sigo bailando con las letras me sentiré mejor. Siempre
es esta mi mejor terapia. Ver cómo las palabras se van creando delante de mis
ojos y ya son, ya son
reales. Es mi puerta hacia la maravillosa levedad del ser.
La inmaterialidad de los
recuerdos. Hubo un tiempo en que nos pusimos deberes. Yo debía pensar en lo
malo y ella en lo bueno. Quizá ambas tendíamos a aferrarnos a la parcialidad del
detalle sin ser capaces de ver el cuadro. El tiempo ha vuelto a pasar y creo
que todavía me falta perspectiva. No puedo darle al repit ni ver a cámara rápida lo que ocurrió. En ocasiones me
sumerjo en retales de mi memoria con tal intensidad que temo quedarme atrapada
en sus redes.
Llegan las pesadillas y descubro
que no son sus palabras las que me ofrecen consuelo.
Me siento egoísta por momentos.
Los pensamientos son caprichosos.
A veces me siento cansada. Ideacionalmente cansada. Me obligo, me fuerzo, a
acelerar las reflexiones. No quiero que sea el tiempo el que todo lo cure.
“Recordar las anteriores notas
mentales”. Tengo mis trucos, mis frases breves y concisas (juegos
populares-be myself-ya pasó-tres veces).
Llevo meses, quizá años, soltando
lastre. Elevándome cual globo liberado. Y hace un mes llegué a esta nueva casa,
mi nueva casa. Llena de buenas vibraciones, llena de futuro. Es, ahora sí, mi habitación de Monique. Me encuentro cómoda
entre estas paredes verdes, alegres y luminosas. Me siento tranquila. Escucho música
y mis discos, repentinamente, carecen de pasado. Como si los escuchase por
primera vez.
Entonces… entonces los sueños me
dicen que debo dejar atrás el vínculo que tan a fuego me unía a ella.
En mi pesadilla había una casa en
la que habitaba demasiado pretérito. Las paredes eran las paredes de casi todas
las casas en las que he vivido. Estaban todos los muebles. Sofás de infancia,
sofás de amante lesbiana. Cocinas ligeras y espaciosas convertidas en talleres.
Adornos y pasillos. Todo reunido, todo acumulado. ¿Dónde está la puerta?
Comienzo a escribir.
Rozo las nubes. Están llenas de
palabras. Sonrío.